Un proyecto hidroeléctrico inundó los poblados donde antes hubo conflicto. Bajo las aguas quedan los cuerpos sin nombre de las víctimas de la violencia, en espera de ser recuperados. Aquí conviven los cuerpos enterrados, la vida natural y la memoria de cómo habitar ese lugar.
Isabel Zuleta es portavoz de las comunidades afectadas por el proyecto Hidroituango, el proyecto hidroeléctrico más ambicioso de Colombia. Zuleta aboga por la protección de los ríos del país, los derechos de las comunidades y una respuesta política a las desapariciones en la región.
Una persona con albinismo sale de casa para no volver jamás. En África subsahariana, muchas personas con albinismo son objetos del tráfico humano para obtener partes de sus cuerpos.
Robinson Mukhwana es una de los miles de personas con albinismo en Kenia. Hace diez años, conoció a un amigo que le ofreció trabajo en Mwanza, Tanzania. Mukhwana había crecido sin casa y sin familia. Vivía por doquier: en las calles, con vecinos, en casas abandonadas.
Recuerda que la noche que salió de Kitale, su pueblo, cruzó el río, pasó junto a dos chozas abandonadas en su barrio y sonrió porque por fin iba a poder salir de la pobreza.
Sin embargo, al llegar a Mwanza, Muhkwana se dio cuenta de que corría peligro. Lo rescató la policía tanzana, que había estado siguiendo el rastro de Nathan Mutei, un hombre buscado por participar en la trata de personas con albinismo: el nuevo «amigo» de Mukhwana. El plan de Mutei era asesinar a Mukhwana por sus huesos.
En la última década, cientos de personas con albinismo han sido atacadas, mutiladas o asesinadas en África subsahariana, en muchos casos para traficar con partes de sus cuerpos destinados a formar parte de ritos o la medicina tradicional, ya que se cree que poseen poderes especiales.
En Kenia, no existen cifras exactas de personas desaparecidas o asesinadas porque los niños con albinismo son rechazados al nacer. Las personas con albinismo son tentadas por traficantes que les ofrecen la promesa de una mejor vida y mejores trabajos, como en el caso de Mukhwana, o son secuestradas y asesinadas por sus huesos.
Las dos chozas cerca del lugar que Mukhwana ahora considera su hogar le hacen recordar la noche que salió de su pueblo para encontrarse con su nuevo amigo Mutei y viajar a Mwanza. Era la temporada de cosecha del maíz. Recuerda que veía a personas trabajando en la cosecha, recogiendo los tallos de maíz, y se preguntaba cuándo iba a volver a Kitale después de su largo viaje a Tanzania.
Judie Kaberia es periodista especializada en cuestiones legales y jurídicas, los derechos humanos, la igualdad y la salud.
Desde varios pueblos, jóvenes llegan a las minas en el este del país. Se convierten en esclavos modernos.
Este es el Río Mumba, el gran río que atraviesa el territorio minero Rubaya en la parte oriental de la República Democrática del Congo. Su nombre deriva de la comunidad que reside allí, también conocida como mumba. Los niños vienen aquí para limpiar minerales para sus jefes. También buscan residuos mineros que provienen de las minas ubicadas al otro lado del río.
Esta región, que forma parte de la provincia de Kivu del Norte, ha experimentado muchos conflictos armados a lo largo de 25 años, y es una zona codiciada tanto por políticos como por países vecinos que quieren monopolizar los recursos naturales que ofrece la región.
La ciudad de Rubaya forma parte de una zona minera que produce los minerales utilizados en la fabricación de aparatos electrónicos incluyendo celulares, computadoras y portátiles. Para satisfacer la demanda de tales dispositivos electrónicos, muchos de los residentes y trabajadores son objetos de violaciones de los derechos humanos, como la trata de personas, formas modernas de esclavitud y desapariciones.
Muchos de los jóvenes de pueblos que lindan con la zona minera llegan bajo falsos pretextos o huyen de conflictos armados en sus regiones de origen. Pero al llegar, como no tienen los recursos para mantenerse, se convierten en víctimas de distintas formas de esclavitud moderna.
Benoit Kikwaya es organizador comunitario cuyo trabajo está centrado en los derechos y el bienestar de los niños y jóvenes, y la lucha contra la esclavitud moderna en el territorio minero Rubaya en la parte oriental de la República Democrática del Congo.
Cuando las familias de los desaparecidos caminan un territorio en busca de fosas clandestinas, lo activan. Las historias de esos territorios, conservadas en la tierra, en los árboles, en los animales y el aire despierta para decirles: aquí.
Los mapas nos llegan por chat, por mensaje, por teléfono. Me ven en la calle y me dan un papelito. Buscamos fosas a través de mensajes anónimos que nos hace llegar la misma sociedad. Los primeros mensajes que nos llegaron nos llevaron a San Rafael Calería. Ahí encontramos una fosa; el Fiscal dijo que eran trapos y maderas quemadas, pero no eran maderas, nosotros habíamos tenido los huesos quemados en nuestras manos. Son frágiles esos huesos, ya los tocó la lluvia, el viento, el fuego.
Hay puntos que nos dan los campesinos. Uno dijo que en la tarde mientras trabajaban la tierra de cultivo vieron los restos. Eso nos hace pensar que la gente sabe. A veces omiten hablar por miedo de que les pase algo a sus familias. Para la gente es más fácil callar que darlo a conocer.
Hay otros puntos que nos los da el olor a muerte, el olor fétido. Tan solo el olor te deja ver que más allá de tu imagiación, ahí algo pasa.
Para llegar ahí son caminos de terracería, algunos son veredas, en otros caben hasta camionetas. Sigues las huellas de las pisadas o del caballo o de llantas, ahí junto al maizal o al cañaveral, a veces grandes y verdes por las lluvias, a veces secos.
En un artículo unos reporteros de Suiza comparaban este lugar con Afganistán, decían que aquí pasaban cosas como en la guerra, que esos cuerpos tirados… Esto es peor que la guerra…
Yo creo que las personas ya eran transportadas sin vida; a veces pensamos que también las hicieron caminar vivas hasta ahí porque hemos visto casquillos en las fosas. ¿Qué vendrían pensando mientras llegaban a este lugar?
Cuando te paras en esos lugares donde da positivo (el hallazgo de un cuerpo), sientes el frío de los pies a la cabeza, la piel se te enchina por coraje, por impotencia, por imaginar el horror de lo que pasó ahí. Sientes el aroma del miedo. La lluvia se confunde con tus lágrimas cuando encuentras un lugar.
Tienen camas, son tablas de triplay, ahí las tiran, ahí hay mucho mezquite, «huizache» le llaman, y en medio están los echaderos, así les llaman a los lugares donde ellos duermen. Hay otros campamentos donde hay casas.
La mayoría de campamentos están muy cercanos. Por ejemplo, uno que está a 10 minutos y alrededor de ese monte, alrededor está súper limpio, hay ranchos muy bonitos, arreglados, sembrados, prósperos y en medio está el horror.
Y casi la gran mayoría tiene un río.
O un bracito de agua.
El agua es como los animales, todos tienen que tener agua. Incluso ellos, si no, se mueren.
Hay un área que parece haber sido un lugar de entrenamiento, por los casquillos que encuentras. O de ejecuciones. Pero no encuentras sangre, aunque pudiera ser por la lluvia, que borra la sangre.
Hay otro lugar donde pareciera que ahí dejan a los secuestrados porque es una habitación, en algunos casos. Y por la ropa que hay, cientos de maletas, de ropa de hombres, mujeres, de niños, de jovencitas.
Tienen camas, son tablas de triplay, ahí las tiran, ahí hay mucho mezquite, «huizache» le llaman, y en medio están los echaderos, así les llaman a los lugares donde ellos duermen. Hay otros campamentos donde hay casas.
La mayoría de campamentos están muy cercanos. Por ejemplo, uno que está a 10 minutos y alrededor de ese monte, alrededor está súper limpio, hay ranchos muy bonitos, arreglados, sembrados, prósperos y en medio está el horror.
Y casi la gran mayoría tiene un río. O un bracito de agua. El agua es como los animales, todos tienen que tener agua. Incluso ellos, si no, se mueren.
A nuestra hija la buscamos muchos años viva, hasta que vimos que a las personas las enterraban en el campo, en el cerro.
Dicen que por allá había muchas personas y se oían los gritos y los chiveros se escondían. Fuimos, vimos a un chivero, le hablamos. «No nos interesan los malos, jefe, no queremos saber de ellos, nos interesa buscar a nuestro familiar, échenos una mano, la verdad, usted no sabe el dolor que se siente». «Mire, jefa», nos dijo, «váyase por el canal, búsquenle por ahí, pero no digan que yo le dije». Era un chivero como de nuestra edad, 50 y tantos. Y ahí empezamos.
A Patrocinio, un centro clandestino de exterminio, llegamos gracias al chivero.
Aquí, en esta libreta, escribimos los lugares que encontramos y cómo vamos a empezar a buscar. Porque es tan grande, tan grande que ¿cómo empiezas? El mundo es muy grande cuando buscas a tus desaparecidos.
Es un lugar tan apartado, tan lejano… yo me las imagino así gritando y que nadie las escuchaba. Los ¡ay, ay!, los lamentos y el crujir de dientes estuvieron en ese lugar. ¿Quién los escuchó? ¿Quién les podía dar un auxilio? Ahí terminaron.
Hemos encontrado miles, miles de fragmentos óseos. «Un cuerpo humano tiene 206 huesos». ¿Te imaginas cuántas personas pueden ser? La Procuraduría General de la República prefiere cuantificarlo en peso porque el peso es siempre el mismo, no cambia si se rompen los huesitos.
Hemos llegado al punto de eso de que «vivos se los llevaron, vivos los queremos»… ahora no. Ahora no, porque ¿sabes qué? Se les ha metido a muchas personas en la cabeza, a muchas personas, a demasiadas, que los van a recuperar vivos y no aceptan que estamos haciéndole un daño a los colectivos, a las madres al decir eso.
Yo sé que es un eslogan, pero lo están adoptando como real, como tal... Yo no me atrevo a decir «vivos se los llevaron, vivos los queremos» porque es una falsa esperanza que se les van a dar a algunas madres de familia.
No niego que unos estén vivos, pero en todo el país están encontrando cuerpos, en todo el país.
En el 2012 fue el secuestro de mi hermano. Mi hermana Mayra lo empezó a buscar en las notas rojas, cada vez que había un muerto, se metía en la computadora a buscar las características de los cuerpos. Nunca encontró algo que se relacionara con él.
Cuando pasó tiempo, mi mamá me dijo, «hijo, dicen que a las gentes las matan y las entierran en el campo. ¿Por qué no vas a buscar?». Yo no sabía cómo. Cuando salíamos a los pueblos a pegar las fotos, iba viendo los cerros por la ventanilla. Son grandísimos los cerros.
Cuando empezamos a excavar fosas, fuimos a subir al cerro hacia el paraje de La Laguna. En el camino nos encontramos a una persona, era un campesino. Nos dijo que hacía tiempo que en ese lugar olía muy feo, «yo tengo mis animalitos y pensé que se me había muerto uno», nos dijo, «pero los conté y no, no era mi animalito».
El campo es hermoso. A mí me gusta mucha caminar, me gusta el campo, me gustan los animalitos, las flores. Pienso que los cuerpos están más cobijados ahí en la tierra, más que en un refrigerador, porque hay familias que han esperado hasta un año en recibir su cuerpo que encontramos en las fosas.
Empecé buscándolo por las orillas de los caminos, por casas abandonadas, por ranchos solos. Empecé sola, pero luego de poner una nota en las redes sociales, vi que había mucha gente con desaparecidos.
La primer búsqueda fue un sábado, en el pueblo donde vivíamos antes. Estaba lloviendo mucho y la lluvia hizo que la tierra se hundiera y de la tierra brotó una rodilla. Así encontramos una primera fosa en la que había dos cuerpos. Seguimos buscando y encontramos otros dos cuerpos.
Era un monte justo detrás de un panteón, ahí en ese pueblo, una parcela que nunca se utilizó para siembra. Un lugar que se prestaba porque había árboles que cubrían el lugar y aparte el terreno era muy blando, un terreno práctico para excavar y poder sepultar, porque para hacer una fosa se requiere trabajo; no es fácil cavar un hoyo.
Era un monte justo detrás de un panteón, ahí en ese pueblo, una parcela que nunca se utilizó para siembra. Un lugar que se prestaba porque había árboles que cubrían el lugar y aparte el terreno era muy blando, un terreno práctico para excavar y poder sepultar, porque para hacer una fosa se requiere trabajo; no es fácil cavar un hoyo.
Ese día no nos dejaron trabajar por la lluvia. «Hasta otro día en la mañana», dijeron las autoridades. Nosotros nos quedamos ahí, nos quedamos esperando, no nos queríamos ir. Pensábamos que podía llegar alguien y los podía sacar y llevarse los cuerpos y nos quedamos ahí toda la noche. Y toda la noche también se quedó la lluvia.
Ese día no nos dejaron trabajar por la lluvia. «Hasta otro día en la mañana», dijeron las autoridades. Nosotros nos quedamos ahí, nos quedamos esperando, no nos queríamos ir. Pensábamos que podía llegar alguien y los podía sacar y llevarse los cuerpos y nos quedamos ahí toda la noche. Y toda la noche también se quedó la lluvia. Hasta el otro día.
Las autoridades llegaron y pusieron un cordón. Yo no recuerdo si escuchaba, si veía.
Alguna vez fuimos a una búsqueda y un señor dejó de buscar porque se encontró un nido con víboras, ¡valen 100 pesos cada una! Se le olvidó que iba con nosotras y se quedó con las víboras, sí.
Hemos pasado por experiencias de todo tipo, unas muy tristes, por como encontramos a los cuerpos, otras tan bonitas. De repente lloras, de repente peleas, de repente cantamos.
Un basurero donde se arrojaban cuerpos con la intención de desintegrarlos por la humedad constante de los escurrimientos. Dientes. Huesos mezclados de cuerpos. Humanos que fueron ahí arrojados. Y animales. Ropa, zapatos, botellas, envolturas de comida de hamburguesas, de comida rápida, había agua, botas, casquillos.
Un lugar convertido en un espacio especializado para tratar los cuerpos, para deshacerse de ellos, no solo descuartizarlos sino acelerar la descomposición de esas piezas pequeñas.
El pescador nos dijo que encontró el cuerpo flotando cerca del muelle. Primero uno, luego otro. No es común ver cuerpos flotando en el mar, él pensó que era un pedazo de tronco, de esos que usan las garzas para pararse a descansar. Pero no era un tronco, era un hombre, el cuerpo de un hombre.