Desconocidos llegan en la noche para secuestrar y asesinar a las personas señaladas por el Estado.
Esta calle era mi hogar. No un hogar según la definición estándar, sino según la mía. Tengo una pared, incluso tengo un suelo. Un perro callejero me cogió cariño y me hacía compañía. Él se convirtió en mi familia.
La vida me iba bien: una comida gratis al día que compartía con el perro, Bantay, me mantenía viva. Eso era todo lo que quería. Una comida gratis al día: ¡qué alegría, qué libertad!
Poco sabía yo que la palabra «libre» iba a adquirir otro significado un martes por la noche. Un grupo de motociclistas vino por mí. Estaba medio despierta; mientras miraba mi propia sombra, todo se volvió borroso.
Me aferraba a lo que quedaba de mi comida. Todavía oía el chillido de las motocicletas. ¿Eso habrá sido un giro de 360 grados? ¿Fallaron al no dar conmigo la primera vez?
Entonces escuché tres disparos. No había manera de saber si me apuntaban a mí. Me parecía que sí. Vi sangre en el arroz derramado a mi lado, que se tintó de rojo.
Por un breve momento, hubo un silencio ensordecedor mientras mi sombra desaparecía lentamente. ¿Me fui? ¿Estoy libre? ¿A quién le doy gracias por esta libertad?
Mae Paner es una artista y activista creando conciencia sobre la guerra contra las drogas en Filipinas.
Juan tiene 27 años y estuvo desaparecido durante tres semanas. Lo sacaron de su trabajo como policía en un pueblo de Michoacán, en el centro de México. Lo amarraron. Lo golpearon hasta el desmayo. Lo tiraron pensándolo, quizá, muerto. Sus compañeros lo encontraron en un monte. Estaba agonizante, lleno de vómito y excremento. Estaba ciego.
Durante un año su mamá ha intentado traerlo de vuelta a casa. Volverlo de ese lugar.
«Mi hijo es otro hombre, ya no lo conozco, ya no sé quién es, lo perdí. Está dañado totalmente. Algo se murió, algo se murió dentro de él. Yo siempre crecí pensando que el hombre es fuerte, que la fuerza de la humanidad viene del hombre, eso creemos. Creo que en su alma algo se murió, que su muerte, no solo física de esos días, sino que a partir del tiempo que ha pasado, él se quedó ahí, ya no evolucionó, ya no volvió. Ya no estamos conectados, su abrazo lo siento frío. Algo se murió ahí.
Recibí la llamada cuando yo iba en el tren, iba a Sinaloa a buscar un trabajo. En mi corazón dije: «Mi hermano». Sentí que me faltaba el aire, me sentía mal y a la vez como una paz.
Mi hermano había desaparecido ocho años antes, fuimos a denunciar y nos pidieron ADN de mi mamá y mi papá, para que sea correcto, pero mi papá nunca quiso ir y mi mamá por miedo se negó. Al final fui yo quien dio la sangre. Y salió positivo. Lo encontraron. Me sentía sorda, escuchaba la voz al otro lado del teléfono como si estuviera muy lejos, lo primero que pensé fue en mi madre, «¿cómo le voy a decir?».
Antes lo soñaba mucho en los arroyos y siempre de espaldas y le gritaba «hermano, hermano» y no volteaba. Y ahora cuando lo sueño, lo sueño riéndose y diciéndome «ya, tranquila hermana», y ahora sí lo veo, logro verlo sonriendo. Y yo siento que le cumplí mi promesa, de que lo iba a encontrar.
Pero la verdad a veces duele mucho, no es como un cree que la verdad da paz. Antes hacíamos fogatas, porque soy de rancho. Hacíamos fogatas, quemábamos llantas, jugábamos con la lumbre, ahorita no quiero ni cocinar. Enciendo la estufa, me salta el aceite y pienso en él, imagino qué le hicieron, si él estaba vivo, si ya no... Ahorita no puedo guisar una carne molida con papitas, picadillo, no puedo. Me da miedo.